Un cumpleaños diferente.

Un cumpleaños diferente, eso era lo único que pedía la chica de pelo corto, corona de princesa, y mirada tierna.
Si no eres habitual en éste lugar es probables que sientas distinto a otras celebraciones, gente bailando, conversación atolondrada y agritos a o no ser que te acerques lo suficiente a tu interlocutor para que te escuche, las miradas y el espesor del humo y por su puesto la música. Esto es rumba.
Llegó su acompañante a negociar pasadas las tres de la mañana, sin saber que el equipo de la puerta se niega de plano a los argumentos sin creatividad, cuando se quiere algo a cambio de cero esfuerzos es probable que no consigas mucho. Las negociaciones siempre son ejercicios que ayudan a romper la rutina y muchas veces animan. De todas maneras el muchacho partió mal al decirle “tío”, afloró ese resentimiento proletario en el dependiente en el que un muchacho “bien educado” le dice algo tan cómodo como “tío” provocando una especie de riza, es incomprensible una parentela tan desigual. No hay precio, le dice con tono cojonudo que a cualquier otro lo haría mandarlo a la cresta con boliche y todo, pero no se resignó y continuó con un empeño casi estoico. Desde el umbral de la puerta aparece una chica que no mira, delgada, de una finura física que da sed, pelo corto y corona de princesa. “¿... y por ella que ésta de cumpleaños?” dice finalmente el chico indicándola.
Los criterios los define el cajero, el hombre de caras transitadas, calvo por opción e intransigencia. Y la costumbre es que a esa hora podría cobrar cinco mil por pareja, pero en consideración a que se trata de una festividad tan importante en la vida, le ofrece dos mil pesos por cada uno.
El está de acuerdo pero la mujer está hablando al celular. De ahí en adelante se produce un dialogo en las narices del portero y se resume así. Resulta que la niña corta y le dice a su acompañante que tal y cual amigos no vendrán, que los compañeros de universidad le han fallado, da la impresión que los seres importantes que la rodean no le quieren y se siente decepcionada. El muchacho le abraza, ella está definitivamente triste y va para terminar mal aquella jornada si no fuera por aquella oportunidad rumbera en un lugar que siempre salva las almas acongojadas. Al fin se deciden a pagar la entrada y aquí parte de esa ingrata cuota de descuido masculino que puede desparramar tristeza. Cuando ha sacado la billetera le pregunta al cajero con una cara de deseo infinito “¿y cómo esta las mujeres adentro?” La chica le mira y le llenan los ojos de una definitiva pena, esa humedad que no alcanza a brotar como dolor sino en la medida que pasan los segundos y el hombre se da cuenta de su torpeza testosterónica, el cajero aporta con una risa burlona hacia el chico. Ella da media vuelta y sale, él le sigue con un resignado gesto de arrepentimiento. El equipo de puerta ve la conversar unos metros más allá, se abrazan al fin y vuelven. Al entrar le reclaman el crespo y el calvo la actitud tan desafortunada y genuinamente empatizan con la princesa –qué otra cosa se puede hacer.
En un acto de debilidad el calvo le dice que ella será su invitada pero quiere realizar un acto de justicia castigando al muchacho despistado. Él agacha la cabeza esperando un golpe –simbólico- que muestra la definitiva expiación del mal obrado. La niña abraza a su arrepentido acompañante. El crespo le ha pedido a Manuel que programe el cumpleaños de Willy Chirino –un clásico salsero que saluda ese evento- y se los dedica como regalo para ella. El cariño tiene su tiempo en la Maestra.

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